Por Yimel Diaz Malmierca, especial para Fotocuba
Dice Rosita,
En su paso por la vida, Rosalía Palet Bonavía (11/02/1923), ha dejado una estela de absoluto dominio de la belleza como concepto y de la franqueza como conducta.
Si pudiera manipular el tiempo, ¿qué etapas de su vida saltaría y a cuáles regresaría siempre?
Yo tengo que darle gracias a la vida, estoy satisfecha. En cada etapa he vivido momentos interesantes y la vida me ha compensado los contratiempos. Empecé a trabajar desde los quince años como una aficionada en el aquel programa de La corte suprema del arte y desde entonces no paré de hacerlo. He llegado a estas alturas de mi vida y sigo trabajando. Tengo días en que estoy en mi casa, como es natural, pero siempre me están proponiendo e invitando a que me presente en las provincias…
¿No se cansa usted?
No, no, no me canso. Hago solo lo que debo de hacer.
En mi vida artística cultivé muchos géneros, no me dediqué a una especialidad, y aprendí que no puedes afrontar lo mismo cuando tienes 20, 25, 30 años que a los 80. Uno tiene que aprender a identificar lo que ya no le pega, eso es sentido común que es el menos común de los sentidos.
¿Qué hace para cuidarse la voz?
No hago nada, solo calentarla un poco cuando voy a trabajar. La voz es un músculo que tienes que ejercitar y hace bien estar cantando cada vez que puedas. Claro, también llevo una vida tranquila, no fumo, no tomo y no grito. Eso siempre es importante.
Desde muy joven usted desafió los prejuicios de su época optando por una profesión en la cual las mujeres no siempre eran bien vistas…
Es cierto, era muy joven, y trabajo me costó convencer a mis padres de que me dejaran cantar en público. Mi padre decía que yo era una señorita decente y que entre los artistas había de todo.
Cuando finalmente pude presentarme en La corte… y gané, vinieron a proponerme un contrato. Mi padre nuevamente dijo no. “Pero Papá, si a mí lo que me gusta es cantar y hasta me han dado un premio”, le reclamé casi llorando. A pesar de eso permaneció inflexible hasta que unos amigos de la familia lo convencieron. Eso sí, cada vez que iba a los ensayos, iba acompañada por mi tía, mi mamá o por él mismo. Sola nunca. Afortunadamente hoy las cosas han cambiado mucho.
Pero en ocasiones las mujeres se le sigue reservando una función decorativa y se les subestima el talento…
Bueno, sí, la mujer sigue siendo decorativa. El público agradece que la que salga a cantar tenga una buena voz y también una cara y un físico bonito. Eso ayuda a las mujeres y también a los hombres. Yo, a lo largo de mi carrera, vi cantantes, sobre todo en el género lírico, que tenían voces extraordinarias pero que físicamente no eran atractivos. Eso les impidió llegar a donde merecían.
Pero hay otro elemento que es también muy importante, el carisma, el ángel que les abre las puertas del triunfo a personas que no son precisamente hermosas.
¿Cuál ha sido su principal virtud?
A mí me ha ayudado mucho tener carisma, ángel. Nunca me he creído una primerísima voz. Es agradable si se quiere, y llega a las notas que tiene que llegar en dependencia del género, pero no me he creído mejor que nadie aunque sí he puesto mi corazón en todo lo que he hecho. Me exijo mucho a mí misma. A veces he salido al escenario y he tenido fallos que la gente no ha notado y me han dado un ovación. En esos casos siempre estoy conciente de que no me la merezco, pero ha funcionado el ángel, el carisma…
Yo he adorado mi profesión, me he entregado en cuerpo y alma, pero estoy conciente de que ya no debo hacer ciertas cosas. Mi público me recibe siempre con ovaciones y eso lo agradezco con el corazón, la vida y el alma. Eso es lo que me mantiene viva.
¿Qué personas marcaron su vida?
Siempre fui muy temerosa y analítica sobre lo que podía y debía hacer, por eso agradezco mucho la demostración de confianza que tuvieron en mis inicios los maestros Ernesto Lecuona y Gonzalo Roig, dos glorias de la música cubana. Ellos me escucharon, me halagaron me estimularon y fueron muy importantes en mi carrera…
También trabajé con otro maestro extraordinario, Adolfo Guzmán, y con el maestro Rodrigo Prats quien me dirigió en muchas zarzuelas y operetas. Cuando tenía dudas sobre cierto pasaje me tranquilizaba: “No te preocupes, solo mira mi batuta y tú verás que todo sale bien”
Esa confianza depositada en mí cuando aún era una principiante influyó definitivamente en mi carrera y en mi conducta como artista.
¿Le hubiera gustado dedicarse a alguna otra profesión?
No. Yo quise ser artista desde que tuve uso de razón. Me acuerdo que un tío me regaló en unos Reyes Magos un piano de juguete. Era blanco, precioso, con su banquetita ajustada para mi tamaño. Recuerdo que me encantó y que me pasaba el día tocándolo.
Otro de mis juegos preferidos era ponerme melenas largas con telas amarradas en la cabeza. Luego me sentaba con pose e inventaba canciones o repetía melodías que conocía…
Recuerdo que mi padre, como no podía pagarme una carrera universitaria, aspiraba a que al menos terminara el bachillerato y estudiara mecanografía, taquigrafía, inglés y que luego trabajara en una oficina. Nunca pude complacerlo.
Además del cariño del público, usted ha recibido muchos premios y reconocimientos institucionales a lo largo de su carrera…
Tengo un cuarto donde mi hija, Rosa María, y Tania, la hija de Armando, han colocado trofeos, reconocimientos, diplomas… yo lo llamo el cuarto del culto a la personalidad. Luego de la gira que hice hace tres años tuve que poner algunos en el comedor pues ya no me caben en esa habitación.
Todos esos reconocimientos son muy bonitos, los premios nacionales de teatro, de radio, de televisión y de música los agradezco mucho y los veo como un reconocimiento por los muchos muchos años que llevo trabajando.
Ahora que ha realizado su sueño de ser artista. ¿Cómo le gustaría que la recordaran?
¿Cuándo yo falte? Pues me gustaría que me recordaran como una artista agradecida, he tenido a lo que aspira cualquier creador, el cariño del pueblo. Uno puede estudiar mucho y ser bueno, pero lo que nos sostiene es el calor y el cariño que te demuestra el público cada vez que te presentas ante él. Eso es lo que te hace sentirte viva y te persuade de que vale la pena lo que hayas sacrificado para logarlo.
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