Cualquier cubano de a pie puede disertar sobre ciclones y otros fenómenos naturales con la propiedad de quien ha estudiado en una universidad. Lo cierto es que cada año el país es "visitado" por huracanes que casi se han convertido en un miembro de la familia al que se ha aprendido a conocer y a sobrellevar. Aún así, cuando vienen violentos no queda mas que asegurar lo que se pueda y "esperarlos " en un lugar a buen recaudo. El huracán Wilma (además tienen nombre propio) lanzó el mar a las calles de la Habana en la madrugada del 23 de octubre pasado.
En la mañana, la costa de la ciudad emulaba con la celebre Venecia, pero le faltaron las romanticas gondolas. En su lugar aparecieron vehículos anfibios del ejército rescatando a ingenuos vecinos que, a pesar de la alerta temprana de las autoridades, esperaron a última hora y no pudieron salir después. También apresando algunos “amigos de lo ajeno” que pescaban objetos escapados a sus dueños y que flotaban a la deriva en la descomunal marea.
El agua llegó hasta 300 metros tierra adentro. Muros de más de 10 toneladas de peso a lo largo del malecón fueron arrastrados por la fuerza del mar que golpeó con furia más de 24 horas seguidas.
En los días siguientes se retiró el mar y comenzó la gente el retorno al vecindario. El paisaje no era menos desolador que haberlo visto inundado. Un enjambre de electricistas, barrenderos, vecinos y cuanta persona podía y quería ayudar, comenzó a recoger el lodo y a salvar lo que se podía.
Al malecón se le restañan las heridas y recupera su imágen.
Otras obras demorarán más.
Pero los habitantes de esta ciudad, conocedores de los vapuleos de la naturaleza cada año, embisten con fuerza restauradora las adversidades y no se dejan amilanar.
Los habaneros(nativos o naturalizados) trabajan sin descanso para devolverle a la ciudad su dignidad.
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