Por Yimel Díaz Malmierca , especial para Fotocuba
fotos Reno Massola y Finca Vigía
Algunos aseguran que el espíritu de Ernest Hemingway (1899-1961) nunca se ha ido de Finca Vigía. Lo han visto flotando sobre el atajo que conduce a la casona; sentado junto a la piscina; frente a la tumba de sus fieles perros; o vagando por su dormitorio-despacho hasta la amplia ventana que se abre sobre un verde inmenso con la bulliciosa Habana y el mar en el horizonte.
Toda esta mística ha creado una leyenda acerca de la presencia en Cuba de uno de los más trascendentales narradores del siglo XX. Papá, como también le conocieron, encontró aquí tranquilidad de espíritu y cuerpo para entregarse a la literatura; y también amigos, historias y personajes que alimentaron sus novelas.
Finca Vigía es para muchos “hemingwayanos” el sitio que más testimonio brinda de su paso por la vida. La arquitectura y la ubicación geográfica de la casa lo sedujeron en 1939, cuando a propuesta de su esposa de entonces Martha Gelburn, decidió alquilarla.
Un año más tarde se verifica su primera prueba de gratitud con el lugar: parte del dinero ganado por la puesta fílmica de ¿Por quién doblan las campanas?, novela que terminó de escribir precisamente en la finca, los destinó a pagar los 18 500 dólares que le pedía Joseph D´Onos Duchamp por la propiedad. Desde entonces, y por más de dos décadas, Vigía fue su hogar.
Allí construyó un bungalow para las visitas y una torre con una habitación en los bajos donde se hospedaban sus 57 gatos y otra en lo alto, ventosa e iluminada, donde su cuarta esposa, Mary Welsh, lo imaginaba tecleando historias. Finalmente el salón resultó demasiado silencioso para el gusto del escritor y regresó a su despacho de siempre donde escribía de pie y descalzo, parado sobre la piel de un antílope joven cazado por Mary.
fotos Reno Massola y Finca Vigía
Algunos aseguran que el espíritu de Ernest Hemingway (1899-1961) nunca se ha ido de Finca Vigía. Lo han visto flotando sobre el atajo que conduce a la casona; sentado junto a la piscina; frente a la tumba de sus fieles perros; o vagando por su dormitorio-despacho hasta la amplia ventana que se abre sobre un verde inmenso con la bulliciosa Habana y el mar en el horizonte.
Toda esta mística ha creado una leyenda acerca de la presencia en Cuba de uno de los más trascendentales narradores del siglo XX. Papá, como también le conocieron, encontró aquí tranquilidad de espíritu y cuerpo para entregarse a la literatura; y también amigos, historias y personajes que alimentaron sus novelas.
Finca Vigía es para muchos “hemingwayanos” el sitio que más testimonio brinda de su paso por la vida. La arquitectura y la ubicación geográfica de la casa lo sedujeron en 1939, cuando a propuesta de su esposa de entonces Martha Gelburn, decidió alquilarla.
Un año más tarde se verifica su primera prueba de gratitud con el lugar: parte del dinero ganado por la puesta fílmica de ¿Por quién doblan las campanas?, novela que terminó de escribir precisamente en la finca, los destinó a pagar los 18 500 dólares que le pedía Joseph D´Onos Duchamp por la propiedad. Desde entonces, y por más de dos décadas, Vigía fue su hogar.
Allí construyó un bungalow para las visitas y una torre con una habitación en los bajos donde se hospedaban sus 57 gatos y otra en lo alto, ventosa e iluminada, donde su cuarta esposa, Mary Welsh, lo imaginaba tecleando historias. Finalmente el salón resultó demasiado silencioso para el gusto del escritor y regresó a su despacho de siempre donde escribía de pie y descalzo, parado sobre la piel de un antílope joven cazado por Mary.
Allí atesoran más de 9 mil libros, revistas y folletos hojeados en algún momento por Hemingway, más de 3 mil 500 fotos, manuscritos, mecanuscritos, cartas, su colección personal de obras de arte, sus trofeos de caza, sus ropas, sus armas de fuego, sus avíos de pesca …
Allí descansa también el Pilar, detrás de la piscina, bien conservado, como listo para echarse nuevamente a la mar, fiel al pacto que lo sentenció a quedar varado para siempre cuando uno de sus tripulantes faltara.
Gregorio Fuentes, el entrañable amigo, el Capitán del Pilar tampoco navegó nunca más. Él legó la propiedad de la embarcación al gobierno cubano con la certeza de que estaría, por siempre, a buen recaudo
Vígía son también más de cuatro hectáreas de tierras que aún funcionan como un pulmón para la localidad periférica de San Francisco de Paula donde está enclavada. Entre las ramas de sus numerosos árboles conviven, por ejemplo, 18 de las 21 especies de aves endémicas de la Isla. El microclima existente en esta colina, otrora torre de vigilancia del ejército español, y el cuidado humano, favorecieron la conservación de algunas especies vegetales en peligro de extinción como las palmas Petate y Corcho.
Todos estos detalles han sido incluidos en el proceso de restauración iniciado por el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural de Cuba en febrero del 2005 que ha contado con el apoyo de la Empresa de Restauración de Monumentos de la Oficina del Historiador de la Ciudad y de los especialistas del Centro Nacional de Restauración Museológica (CENCREM).
La restauración.
A pesar de los esfuerzos de los más fervientes admiradores de Hemingway, Vigía envejeció. Sus paredes se enmohecieron por la humedad, las termitas hicieron un banquete con las grandes vigas de madera que sostenían los techos y la estructura toda peligraba. Se imponía una restauración capital.
Instituciones norteamericanas comprometidas con la obra de Hemingway se interesaron por cooperar y la Isla aceptó el intercambio; pero Vigía, según el gobierno de George W. Bush, no merece hacer la excepción en el Bloqueo a Cuba, la finca no se yergue como un vínculo patrimonial compartido entre las dos culturas, es apenas una fuente de ingresos del gobierno Fidel Castro.
Esta actitud desvaneció algunas buenas intenciones y mutiló el acuerdo firmado en noviembre del 2002 entre el Social Science Research Council, de Estados Unidos, y el Consejo Nacional del Patrimonio Cultural donde se establecía un proyecto de recuperación, conservación y digitalización de cerca de 11 000 libros, cartas, revistas y folletos del autor de El Viejo y el Mar, Premio Pulitzer 1953 y Nobel en 1954, y que en un segundo momento contemplaba la reparación de la vivienda, el yate, la torre…
Cuba asumió entonces la restauración capital de la finca con un nivel de perfección que quizás ni el mismo Hemingway hubiera realizado. El principio asumido fue que todo debía quedar tal como lo dejó el escritor y periodista norteamericano en julio de 1960, fecha en la que salió de la Isla y nunca más regresó.
Su probado pragmatismo complicó las labores de conservación pues las soluciones de Hemingway a los problemas cotidianos muchas veces solo alivian el mal sin remediarlo. Cuando los techos se filtraron, por ejemplo, la orden del Papa fue hacer una cubierta encima de la defectuosa. “Esto obligó ahora a restaurar las dos”, aseguró Enrique Hernández Castillo, proyectista principal e inversionista del proyecto de restauración.
El estudio del color que tenía la casa en la década del 60 puso a prueba el talento y la experiencia de Elisa Serrano González como especialista en pintura mural y tratamiento de superficies. Los resultados de su estudio arqueológico parietal afirman que la casa no era blanca sino de llevaba ese tono mamoncillo claro que reviste hoy.
Elisa consiguió además develar escrituras ocultas en las paredes del baño privado: “Hemingway calculaba su peso con cierta frecuencia y escribía los resultados en la pared, algunas estaban expuestas, pero los especialistas del Museo sospechaban que existían otras. Luego de aplicar la misma técnica y remover seis capas de pintura, las encontramos concluyendo que además de su peso estaban el de uno de sus hijos y el de su amigo italiano Geanfranco Ivancich.”
La casa ya está totalmente lista y cada día se suceden las visitas de cubanos y extranjeros que intentan acercarse a este hombre que se definía a sí mismo como “un cubano sato”. Se trabaja ahora en la torre y el yate, para luego asumir la piscina, las áreas verdes, el desarrollo de algunos servicios, entre otros.
La ciencia arqueológica busca respuestas, huellas del paso del hombre por determinada época o lugar, pero en algunos casos se trata de conservar