Por Reno Massola
La Habana tiene una larga
relación con ese mar que la baña o la refresca a su antojo. Es el malecón
habanero una especie de simbiosis entre ciudad
y mar. El borde donde recalamos a soñar, pasar nuestras penas o simplemente a
deleitarnos con el paisaje que se nos abre anchuroso a la mirada. Le ha nacido al célebre rompeolas una suerte
de hermano menor, el Paseo marítimo de la Alameda de Paula. Un singular espacio
mar adentro que de a poco la población va apropiándose de él. Lo hacen suyo, a su manera, niños, familias, amigos, parejas que lo
inundan a diario en esta ciudad que cumplirá 500 años, abanicada por la brisa
del mar y la restauración que le devuelve sus encantos. Y le regala otros.
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