agosto 22, 2015

Acampada en Boca.



Por Reno Massola
Había  avanzado bastante el verano sin haberme apenas dado cuenta. Este año por fin me gradué en la universidad y andaba envuelto en algunos proyectos. Mi amiga  Anaray, que desde el concurso de fotografía de naturaleza que hicimos en Seibabo, Villa Clara,  se había quedado con las ganas de montear, incendió nuestro grupo de excursionismo con la idea de no dejar pasar la temporada sin siquiera acampar en Monte Barreto. En menos de veinticuatro horas se me apareció Adriana, otra entusiasta empedernida,  en el Instituto Internacional de Periodismo  donde impartíamos un curso de fotografía y video para niños y adolescentes. No salió de allí sin que antes hubiésemos  ideado la acampada de verano del 2015 del grupo Camping Cuba. ¡Nos iríamos a Boca de Jaruco!
Conocí el lugar en la década de los 80 cuando pertenecía a un círculo de interés del grupo espeleológico Pedro Borrás.  Me pareció un buen sitio por su cercanía y su alto valor histórico y geográfico, prácticamente desconocido. Existen allí cavernas como Vaho y  Cinco cuevas, la cual decidimos sería el objetivo de la expedición. Y también la batería de San Dionisio con sus recientes descubrimientos arqueológicos y su hermosa vista de la boca. ¡Todo a menos de una hora de camino!
Corrimos la convocatoria en la red social en internet  y nos reunimos  19 campistas al filo de la una de la tarde del viernes. Entre ellos cuatro  adolescentes, fotógrafos, periodistas  y algunos estudiantes universitarios. Cerca de las tres de la tarde estábamos desembarcando en el puente de Boca de Jaruco con mochilas, carpas, calderos y otros avíos.   
Hacía más de veinte años que no iba a este sitio, aunque conservo bastante nítidos los recuerdos. Aun así, el paisaje había cambiado notablemente y la maleza impidió localizar temprano la cueva. Cargados hasta los mameyes, sobre todo con bidones de agua y bajo el sol abrasador, caminamos unos dos kilómetros. Terminamos acampando en una vaquería abandonada en las cercanías. El entusiasmo del grupo alcanzó todavía para explorar un acceso al cercano río. Al encontrar casi seco el cauce, decidió la mayoría irse a la playa en la desembocadura. Mientras, y sin que mediara machismo alguno, Madelin y las adolescentes Perla, Beatriz y Ana Laura quedaron  en el  campamento preparando la comida. Un  fugaz aguacero casi les apaga la hornilla con  carbón que el abuelo de Ana Laura previsoramente le había cedido para la aventura. Calixto improvisaba como podía una carpa con sabanas para él y su novia. Morejón no paraba de fotografiar. Por mi parte, dispuesto a no hacer el ridículo (no más allá de no poder encender el carbón, como siempre), me dediqué a registrar  el monte en compañía del joven  Javier, hábil explorador y veterano de otras excursiones,  para encontrar el acceso a la caverna casi al anochecer.
Ya en la madrugada regresó el grupo de la playa y se sumaron tres excursionistas más que salieron de sus trabajos para el monte: Claudia, su novio y Dy, que recordó con añoranza sus actividades de pionera exploradora en la zona. Resultó que era nativa del cercano poblado de Santa Cruz del Norte y algunos bromeamos un poco. El  campamento se mantuvo animado hasta casi la llegada del alba.
La playa  había seducido a unos cuantos la noche anterior, pero el interés por la novedosa experiencia permaneció intacto. Para  la mayoría esta fue su primera experiencia en exploración de grutas y tenían gran expectación.  Todos estaban al tanto  de los riesgos que implica la espeleología y algunos llevaron  cascos y naso bucos.
Con la euforia del hallazgo, habíamos olvidado Javier  y yo marcar el acceso encontrado en la noche anterior. Resuelto el percance y salvada mi honra, ya a las diez de la mañana estábamos listos.
Poco a poco nos adentramos en la impresionante gruta. Las maravillas del subsuelo fueron apareciendo  a la luz de las linternas. El salón de la claraboya, el de los derrumbes… las clásicas estalactitas, estalagmitas, columnas y hasta  esas raras y fascinantes formaciones llamadas elictitas que nuestra imprescindible Madelin se esmeró en explicarnos. Los murciélagos revoloteaban  sobre nuestras cabezas todo el tiempo y el  grupo, entre malabares y resbalones, logró llegar hasta el “paracaídas”, especie de manto calcáreo formado por una cascada subterránea donde nos hicimos la clásica foto oficial.  Salvo  un par de caídas sin mayor trascendencia, la exploración se desarrolló  bien. Sin embargo, la vasta agresión que visitantes sin escrúpulos han perpetrado en esta caverna, declarada monumento local, nos entristeció. ¿Cómo es posible tanta depredación?
Unas tres horas duró el recorrido por la espelunca. Aunque bien puede llevar más de medio día la exploración profunda, la playa seguía en la mente de la mayoría. Así  en la tarde del sábado recalamos con nuestros bártulos  debajo del puente. Después  iríamos  a dar a la boca y a la batería San Dionisio ante  la insistencia de los jóvenes estudiantes, con Rene Camilo a la cabeza, que ya habían merodeado por el lugar y descubierto una acogedora caleta de playa.
 Esperamos el crepúsculo admirando  los recientes yacimientos arqueológicos de San Dionisio, tomando fotos y fluyendo con la tarde. Boca de Jaruco tiene mucha  historia  para contar. Es un buen sitio de temporada, aunque con un  único centro de recreación local: la base de campismo. Al llegar la noche y hacer el recuento de las jornadas  nos preguntábamos cuantos lugares en Cuba guardarán  historias y atractivos que bien podrían potenciar el turismo local.
Tarde en la noche, Madelin y las chicas  nos sorprendieron  con una receta   creada por Beatriz para la ocasión: espaguetis con atún y perro caliente con dos días de descongelación. Afortunadamente, sobrevivimos.
El amanecer del domingo se dibujó magnífico en el horizonte. A media mañana emprendimos el regreso preguntándonos por qué las mochilas pesaban tanto todavía. Teníamos en mente futuras expediciones  para conocer un poco más nuestra bendita geografía, pero definitivamente sin esperar  el siguiente verano. O  al aguijoneo  de Anaray, que dicho sea de paso, se embrolló a última hora y no pudo sumarse a la aventura que ella misma nos había incitado.













1 comentario:

Roberto Morejon dijo...

Buen trabajo Reno!! y excelentes fotos, no dejes de convocar, agrupar y llevarnos en esas aventuras.