enero 08, 2012

En el Turquino de nuevo


LA TRAVIESA TRAVESÍA

(tomado del blog  paquito el de cuba)


Partimos de La Habana hacia Bayamo el jueves 10 de noviembre en un tren que retrasó su salida por más de cuatro horas. La solución para esta espera inaugural fue ponernos a jugar dominó sobre un cartón en medio de la Estación Central de Ferrocarriles.
Luego de emprender la travesía casi a las once de la noche, demoramos 25 horas en llegar a la oriental provincia de Granma, como resultado de un gran desvío por las reparaciones en la línea principal, la rotura de nuestro coche vagón en Villa Clara y el suicidio de una mujer que se arrojó en la vía férrea al paso de otro tren, en el poblado de Siboney, en Camagüey.
Arribamos a Bayamo en la primera media hora del sábado 12 de noviembre, día de mi aniversario 41. Luego de cenar, un ómnibus de la Central sindical en ese territorio nos trasladó al campismo La Sierrita en las estribaciones de la cordillera, que debía servirnos de base de partida.

Los siete kilómetros a pie desde Providencia hasta Santo Domingo por la empinada carretera de montaña y sin apenas dormir, impidieron que subiéramos el propio 12 de noviembre al Turquino, como estaba previsto Al llegar sobre las tres de la madrugada, supimos que no tendríamos el transporte de montaña para ir hasta el Parque Nacional Turquino y tuvimos que partir a pie, casi de inmediato, por unos siete kilómetros de una peligrosa carretera de agotadoras pendientes. La primera víctima de este esfuerzo fueron mis botas, una de las cuales perdió el tacón como si fuera un neumático roto, lo cual me obligó a hacer el resto del periplo en tenis.

Sobre las siete y media de la mañana ya estábamos en el poblado de Santo Domingo, donde radica la empresa de Flora y Fauna que organiza el turismo en la zona, pero nadie sabía de nuestro contrato previo desde la capital. Tuvimos que hablar con los responsables para que nos ubicaran un guía y gestionar el transporte hasta los Altos del Naranjo, punto de inicio del ascenso a lo largo de siete kilómetros más entre las montañas, con nuestras pesadas mochilas en la espalda, hasta llegar sobre las cuatro de la tarde al campamento de la Aguada de Joaquín, ya casi todos en muy precarias condiciones físicas, pero con el ánimo por las nubes.

Una cena frugal con sopa y plátano hervido que nos brindaron los campesinos del campamento, más nuestras provisiones de comida fría y un brindis con un único trago por persona, de una botella de ron Havana Club añejo especial que yo cargué para la ocasión, fueron en esa noche fría una de las mejores celebraciones de cumpleaños que yo recuerde.
Allí supimos que ese albergue ofrece el servicio de elaborar alimentos calientes a los excursionistas, e incluso es posible trasladar las provisiones en mulo mediante una previa coordinación, y no a la espalda, como hicimos nosotros.
Desde el día anterior yo trataba de mantenerme lo más posible en la vanguardia, lejos de Alexis, nuestro guía, quien me dijo que tal vez no debería subir este último tramo, pues en algún momento le comenté el intenso dolor que me comenzó a producir una vieja fractura del peroné en mi pierna izquierda, consecuencia de aquel accidente de tránsito que me llevó al periodismo.
Pero no había ido tan lejos para quedarme a la mitad, y me fui delante con el pie cojo, entre la solidaridad y las bromas de los demás, por mi peculiar paso. Sobre las nueve y media de la mañana, después de sobrepasar unos paisajes espectaculares, alcanzamos el techo de Cuba, entre la sorpresa y la excitación de cumplir, al fin, nuestra meta.

Permanecimos hasta el mediodía en el pico y nos hicimos muchas fotos. En algún ángulo de la explanada hubo hasta quienes pudieron comunicar su júbilo a la madre o a la pareja mediante un teléfono celular. También compartimos con un grupo de turistas europeos que subieron por la pendiente de Santiago de Cuba.
El retorno no fue menos azaroso. Esa noche tuvimos que volver a pernoctar en la Aguada de Joaquín, ante el cambio de horario y la imposibilidad de bajar la Sierra antes de que anocheciera. El lunes bien temprano iniciamos el descenso definitivo, esta vez por el camino que habitualmente utilizan las arrias de mulos

La nueva ruta resultó ser más extensa (13 kilómetros), pero siempre en bajada, con un largo y espectacular tramo final a lo largo del río, que nos obligó a realizar una decena de cruces sobre sus grandes lajas y rápidos saltos de agua fría y cristalina.
Más de uno de nosotros resbalamos, al intentar primero brincar sin mojarnos o después mientras atravesábamos la corriente ya con resignación y calados como mínimo hasta las rodillas. Afortunadamente no hubo que lamentar más consecuencias que alguna que otra caída refrescante, cuyo registro gráfico quedó en las instantáneas de los fotógrafos más oportunos, para divertirnos después a costa del suceso.
No obstante, para mi pierna lesionada el retorno por esa vía fue verdaderamente agónico. Tenía que pensar cómo dar cada paso, para aminorar el dolor. El último trecho lo vencí gracias a la mano oportuna de varios de mis acompañantes que me ayudaron a franquear los sucesivos vados y también al guía.
Alexis me hizo la sabia, oportuna y salvadora recomendación de que bebiera como estimulante tres largos tragos del ron que quedara de mi cumpleaños, y después nos condujo a todos hasta el bohío de una de las humildes familias campesinas que viven en las márgenes del río, donde nos prepararon un exquisito café carretero.
Por nuestra parte, les obsequiamos algunos medicamentos y productos de aseo que llevábamos, para intentar retribuirles en algo esa natural amabilidad y legendario desprendimiento de los montañeses.
No podíamos sospechar, sin embargo, que otros inesperados sucesos nos esperaban todavía fuera de la Sierra Maestra. Esa última noche, después de volver a Bayamo y a pesar del agotamiento y las molestias musculares, dimos un breve recorrido por el centro de la impoluta e histórica ciudad, aunque ya casi todo estaba cerrado.
Por eso nos alegramos cuando al día siguiente informaron que el tren saldría con retraso, sobre las diez y cuarto de la mañana. No pudimos resistir la tentación de un postrer recorrido por el bello bulevar bayamés, sus puestos de ostiones, mariscos y licetas, así como el ya célebre museo de cera.

Como consecuencia de un reloj fuera de hora, una parte del grupo llegó tarde a la estación, incluyendo a quien tenía los pasajes en su poder. Por más que hice para convencer al representante de la empresa de Ferrocarriles para que retrasara la partida diez minutos, el tren nos dejó a todos.
Ya casi cundía el pánico cuando apareció el joven colega que fuera corresponsal de nuestro periódico en esa provincia y ahora trabaja para el diario Granma, quien vino en nuestro auxilio. Cuatro de nosotros partimos en su auto para tratar de interceptar al tren en la estación de Río Cauto, unos 40 kilómetros más adelante. A los restantes les dijimos que fueran para la lista de espera de la terminal de ómnibus interprovinciales.

Como en las películas del lejano Oeste, logramos dar caza al tren en un paso a nivel, a varias decenas de kilómetros de Bayamo. Nos lanzamos a la vía férrea e hicimos señas a los maquinistas de la locomotora, quienes detuvieron la marcha para que pudiéramos abordar. La otra mitad del grupo luego consiguió pasajes en avión, y llegaron esa misma tarde a La Habana.

Los cuatro del tren tuvimos otro extenuante viaje en un caluroso e incómodo vagón donde las cucarachas alemanas nos hicieron el favor de permitir nuestra presencia, y 23 horas después, con las piernas hinchadas y nuevos planes para futuras correrías, arribamos a la capital sobre las nueve y cuarto de la mañana del 16 de noviembre, en el 492 aniversario de la Ciudad.

















2 comentarios:

Toronto Airport Limousines dijo...

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Toronto Airport Limousines

Reno dijo...

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