En la mañana, la costa de la ciudad emulaba con la celebre Venecia, pero le faltaron las romanticas gondolas. En su lugar aparecieron vehículos anfibios del ejército rescatando a ingenuos vecinos que, a pesar de la alerta temprana de las autoridades, esperaron a última hora y no pudieron salir después. También apresando algunos “amigos de lo ajeno” que pescaban objetos escapados a sus dueños y que flotaban a la deriva en la descomunal marea.
El agua llegó hasta 300 metros tierra adentro. Muros de más de 10 toneladas de peso a lo largo del malecón fueron arrastrados por la fuerza del mar que golpeó con furia más de 24 horas seguidas.
En los días siguientes se retiró el mar y comenzó la gente el retorno al vecindario. El paisaje no era menos desolador que haberlo visto inundado. Un enjambre de electricistas, barrenderos, vecinos y cuanta persona podía y quería ayudar, comenzó a recoger el lodo y a salvar lo que se podía.

Al malecón se le restañan las heridas y recupera su imágen.
Otras obras demorarán más.

Pero los habitantes de esta ciudad, conocedores de los vapuleos de la naturaleza cada año, embisten con fuerza restauradora las adversidades y no se dejan amilanar.

Los habaneros(nativos o naturalizados) trabajan sin descanso para devolverle a la ciudad su dignidad.
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